viernes, 28 de septiembre de 2018

Crítica | LA BELLA Y LA BESTIA (Jean Cocteau, 1946)


"Soporto su presencia porque me gustaría hacerle olvidar su fealdad."

Desde los ingeniosos créditos iniciales con el clásico "Érase una vez...", Cocteau invita al público a sacar el niño que llevan dentro y disfrutar de un cuento de hadas, pero sin olvidar su lado adulto. 

Jean Cocteau definió el cine como el arte más completo entre las muchas formas artísticas en las que profundizó, realizando de forma personal la primera versión cinematográfica de LA BELLA Y LA BESTIA (1946).

El cineasta francés creía que tras el masivo revés cultural sufrido durante la ocupación alemana, había que cambiar el realismo o neorrealismo por un cine de vanguardia, arriesgado y ofrecer magia al público. Esa modernidad tan influyente en la futura Nouvelle Vague. 

El cuento homónimo de 1757 desde un extravagante punto de vista gótico, moralista, una mansión encantada llena de vida y creatividad, también de cierto toque siniestro. Los candelabros y Bella deslizándose por los pasillos son una clara metáfora freudiana, (vista en Polanski o Coppola) el simbolismo y surrealismo es de Buñuel, mientras la estética es Dalí. Un conjunto que visualmente funciona mejor que las interpretaciones demasiado académicas y el humor encriptado.



























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