miércoles, 10 de octubre de 2018

Crítica | KILL BILL: VOLUMEN 1 (Quentin Tarantino, 2003)


"La venganza es un plato que se sirve frío." La popular sentencia viene firmada como 'viejo proverbio Klingon', Tarantino la introdujo como guiño friki en la apertura de su historia de violencia KILL BILL (2003). 

Cimentada en el discurso de videoclub del que Tarantino siempre ha hecho gala, la venganza de la icónica 'La novia' contra su ex amante y sus supuestos amigos es la cima del estilo de dirección del polémico cineasta.

Brillante festival de referencias y homenaje a géneros cinematográficos como las películas de artes marciales, samuráis, spaguetti Western, comedia negra y acción de los sesenta (escenas de manga incluidas). 

Una violencia/vendetta en una perfecta narración, en la que es el elemento que describe la historia y no de explotación gratuita. 

El equilibrio pausado se mezcla con el ritmo frenético y trepidante de las escenas de acción, en un ambiente visual fascinante, coreografías perfectamente milimetradas y personajes inolvidables.

El rasgo más polémico de Tarantino siempre será la violencia explícita, obvio reconocer la carencia de límites en su imaginaria puesta en escena, nunca deja indiferente, pero nadie maneja la katana Hattori Hanzo con tanta elegancia como Beatrix Kiddo, ganándose la complicidad del público y la catalogación de filme de culto. Única en su especie.




























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