"Mi madre enfermó repentinamente. Inmiscuido en las nimiedades de
la vida mundana, llegué más tarde que la muerte, sin poder despedirme.
Me persiguió esa sensación de mezquindad y egoísmo, que intenté plasmar
en los personajes de mi película (Cuentos de Tokio)."
Si Mizoguchi es el que más ha explorado las tradiciones y el folclore nipón, Kurosawa el más vanguardista y occidental, Kobayashi el moralista y pacifista, Yasujirô Ozu está considerado el cineasta "más japonés" del grueso de la época dorada. Y, como tal, su trabajo era raramente mostrado en el extranjero antes de la década de los sesenta. Querido en su país, sus filmes siempre estaban entre los primeros puestos de los más vistos por el público.
Como director era perfeccionista. Su trabajo se define por dos rasgos: el interés por la vida y los problemas de las familias de clase media, y por un estilo cinematográfico único, firme defensor de la cámara estática y las composiciones meticulosas donde ningún actor dominase la escena, sino que fuera parte de la misma y el entorno. Una cámara inmóvil a la altura de 90 cm a vista de persona sentada en un tatami, sin utilizar recursos técnicos como el movimiento o los fundidos.
El gran tema de Ozu es la pérdida del poder aglutinador de las tradiciones en la sociedad japonesa. El realizador suele utilizar las historias familiares para describir este proceso de desmembramiento generacional.
La crítica occidental descubrió el cine de Ozu quedando fascinado por ese recurso de planos contrapicados exageradamente marcados. La complicidad de la cámara con la cotidianidad que transmitía su carácter íntimo, que no se convierta en cómplice del bullicio, la prisa o la búsqueda de la variedad y la evasión.
Mientras tanto, la crítica japonesa, pasaba por alto que esa posición extraordinariamente baja es única dentro del cine japonés y que no constituye en modo alguno un motivo que sugiera cotidianidad. De hecho, algún crítico, también consideró irritante la forma en la que Ozu retrataba la vida diaria.
Si Mizoguchi es el que más ha explorado las tradiciones y el folclore nipón, Kurosawa el más vanguardista y occidental, Kobayashi el moralista y pacifista, Yasujirô Ozu está considerado el cineasta "más japonés" del grueso de la época dorada. Y, como tal, su trabajo era raramente mostrado en el extranjero antes de la década de los sesenta. Querido en su país, sus filmes siempre estaban entre los primeros puestos de los más vistos por el público.
Como director era perfeccionista. Su trabajo se define por dos rasgos: el interés por la vida y los problemas de las familias de clase media, y por un estilo cinematográfico único, firme defensor de la cámara estática y las composiciones meticulosas donde ningún actor dominase la escena, sino que fuera parte de la misma y el entorno. Una cámara inmóvil a la altura de 90 cm a vista de persona sentada en un tatami, sin utilizar recursos técnicos como el movimiento o los fundidos.
El gran tema de Ozu es la pérdida del poder aglutinador de las tradiciones en la sociedad japonesa. El realizador suele utilizar las historias familiares para describir este proceso de desmembramiento generacional.
La crítica occidental descubrió el cine de Ozu quedando fascinado por ese recurso de planos contrapicados exageradamente marcados. La complicidad de la cámara con la cotidianidad que transmitía su carácter íntimo, que no se convierta en cómplice del bullicio, la prisa o la búsqueda de la variedad y la evasión.
Mientras tanto, la crítica japonesa, pasaba por alto que esa posición extraordinariamente baja es única dentro del cine japonés y que no constituye en modo alguno un motivo que sugiera cotidianidad. De hecho, algún crítico, también consideró irritante la forma en la que Ozu retrataba la vida diaria.
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