"Un detective muerto no detiene a nadie más."
A Melville le gustaba llamarse a sí mismo "créateur de cinéma", un universo personal en el que predominan, desde la primera hasta la última toma, el más riguroso formalismo y el énfasis estético, sin que por ello se sienta resentida la tensión narrativa. La fantasía fílmica de ese universo encuentra su equilibrio en la atención maníaca por los detalles, bordeando la obsesión por el procedimiento del movimiento impecablemente rodado. Melville influyó en el nuevo cine francés mucho más de lo que en general se le ha reconocido.
Como ya sucediera en LE SAMOURAÏ (1967), la visión gélida de París según Melville se filtra a través de su amor por el cine negro clásico americano, con su estilo característico de héroes tristes sin entrar en esos modelos básicos de acción que pueden reducirse a violencia y brutalidad. Las películas de Melville se nutren del juego de contrastes, del choque violento entre contrarios: un héroe que representa el bien no tiene que resultar necesariamente simpático, Coleman sigue siendo emocionalmente frío ya esté observando el cadáver de una mujer, resolviendo un conflicto de intereses o repartiendo sopapos a mano abierta.
Gran interpretación de Alain Delon, un comisario parisino muy especial: parco en palabras, duro, inteligente y cargado de frialdad, que sigue sus propias leyes. El héroe Melville en estado puro, inspirado en modelos americanos de la serie negra. El trío principal lo completan Crenna, el antagonista cultivado y refinado, un disfraz que se convierte en imagen fija de sus personajes, y la siempre sensual Catherine Deneuve, un ángel rubio del libro de los sueños del cine negro. Trae el amor, la nostalgia y la ruina bajo su vestido blanco y una fría luz de color azul pálido, constituye el elemento decisivo de la trama.
A Melville le gustaba llamarse a sí mismo "créateur de cinéma", un universo personal en el que predominan, desde la primera hasta la última toma, el más riguroso formalismo y el énfasis estético, sin que por ello se sienta resentida la tensión narrativa. La fantasía fílmica de ese universo encuentra su equilibrio en la atención maníaca por los detalles, bordeando la obsesión por el procedimiento del movimiento impecablemente rodado. Melville influyó en el nuevo cine francés mucho más de lo que en general se le ha reconocido.
Como ya sucediera en LE SAMOURAÏ (1967), la visión gélida de París según Melville se filtra a través de su amor por el cine negro clásico americano, con su estilo característico de héroes tristes sin entrar en esos modelos básicos de acción que pueden reducirse a violencia y brutalidad. Las películas de Melville se nutren del juego de contrastes, del choque violento entre contrarios: un héroe que representa el bien no tiene que resultar necesariamente simpático, Coleman sigue siendo emocionalmente frío ya esté observando el cadáver de una mujer, resolviendo un conflicto de intereses o repartiendo sopapos a mano abierta.
Gran interpretación de Alain Delon, un comisario parisino muy especial: parco en palabras, duro, inteligente y cargado de frialdad, que sigue sus propias leyes. El héroe Melville en estado puro, inspirado en modelos americanos de la serie negra. El trío principal lo completan Crenna, el antagonista cultivado y refinado, un disfraz que se convierte en imagen fija de sus personajes, y la siempre sensual Catherine Deneuve, un ángel rubio del libro de los sueños del cine negro. Trae el amor, la nostalgia y la ruina bajo su vestido blanco y una fría luz de color azul pálido, constituye el elemento decisivo de la trama.
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