lunes, 12 de noviembre de 2018

Crítica | RIFIFÍ (Du rififi chez les hommes) (Jules Dassin, 1955)


"Levántate, perro. Quiero que tengas miedo. ¿Qué se siente?"

Jules Dassin interpretó al traidor en su mejor obra, 'Rififí', en la vida real fue el traicionado. Ayudante de Alfred Hitchcock y con un futuro prometedor tras sus primeros pasos en la serie B y Neorrealismo, su carrera imparable se detuvo en seco cuando Edward Dmytryk lo acusó de comunista. Exiliado en Francia, lejos de la larga sombra de La caza de brujas del senador McCarthy, realizó uno de los grandes mitos del cine negro.

RIFIFÍ contiene una secuencia de 30 minutos, sin palabras, que se ha convertido en una de las páginas más fascinantes del cine. Con paraguas, cuerdas, ingenio, suma planificación y toneladas de tensión, el resultado es una secuencia que pone a prueba los nervios del espectador. Dassin confía plenamente en la fuerza de sus imágenes y renuncia por completo a la música y el diálogo. Brillante.

El filme está cargado de rituales elementales de un buen drama de mafiosos: tipos desagradables, decoración extravagante, pistolas que hacen del Noir un duelo de bandas que convierten a los gánsteres en héroes de un Western, mujeres bajo la mirada de la desilusión y la eterna fatalidad. Todo con la perspectiva de la tristes ojos de Tony (Jean Servais), el verdadero protagonista de esta historia, y su círculo de violencia.

La forma en la que se representa la violencia cae como una bomba. Esa exhibición explícita fue prohibida en varios países y, por ese motivo, durante mucho tiempo solo los entendidos la conocieron. Hoy en día, se le considera de pleno derecho una película antecesora del thriller más duro, cineastas como Kubrick o Tarantino han confesado sentirse fascinados por la obra de Jules Dassin.



























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