lunes, 8 de octubre de 2018

Crítica | DEMOLITION MAN (Marco Brambilla, 1993)


"Tiene gracia la cosa, me sacan de una cryoprisión convertido en una puta costurera."

Una de esas películas que marcan una infancia, como es mi caso. También una de las esenciales para comprender el culto al cine de acción de tipos duros de los 90. Aquellos chavales que íbamos a escoger esas películas al videoclub no mirábamos que fuera una libre versión de 'Un mundo feliz' de Aldous Huxley, ni sus referencias a la corrupción gubernamental. Eso ya vendría con el tiempo y la experiencia cinematográfica.

Queríamos ver a Stallone, el policía más rudo del siglo XXI, zurrándose de lo lindo con un villano de opereta, histriónico y pasado de vueltas como era aquel teñido de rubio Wesley Snipes, el criminal más despiadado del siglo XXI, ambos descongelados de la cryoPrisión e igual de perdidos en ese futuro lleno de estúpidas normas.

Todo en un marco futurista improbable, lleno de encanto, estrambótico, infantilizado, en el que las obscenidades están prohibidas, no existe el sexo físico y Pizza Hut domina la restauración. Por suerte los "viejos rockeros" ponen la irreverencia y el toque de humor, y hacen disfrutar como nunca en una trama tan tontorrona como los diálogos en una cinta que nunca se toma en serio a sí misma.

DEMOLITION MAN es un cómic americano de principios de los 90 hecho película, gran y entretenidísima superproducción con toques de humor, altas dosis de acción y personajes con encanto. 25 años después de su estreno, seguimos sin saber utilizar las tres conchas.




























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