martes, 16 de octubre de 2018

Crítica | EL NOMBRE DE LA ROSA (Jean-Jacques Annaud, 1986)


"Una novela sobre un libro de Aristóteles perdido en una abadía en la Edad Media parecía escrita para mí." Afirmaba el director sobre su ambicioso y apasionante proyecto de adaptar la obra cumbre de Eco en una superproducción europea que hiciera temblar a Hollywood.

17 borradores de guion, cinco años de financiación y planificación, 300 monasterios visitados después se levantó el mayor escenario jamás creado en Europa desde CLEOPATRA de Mankiewicz. La obsesión de Annaud era mantener el esqueleto de la trama detectivesca, el ritmo narrativo adecuado, a fuego lento, y trasmitir hasta que el más mínimo detalle evocara al año 1327. Y lo consigue, la adaptación es una de las mayores experiencias inmersivas del cine.

El espectador se siente en piel del monje-investigador Guillermo de Baskerville y su aprendiz Adso de Melk de este medieval 'Sherlock Holmes'. Desde los libros y la minuciosidad de la laberíntica abadía, sus habitaciones, los monjes (Murray Abraham y "el jorobado" Ron Perlman impresionantes), esa profundidad oscura que casa perfecta con el plomizo ambiente y la fascinante historia, como observadores de la naturaleza. EL NOMBRE DE LA ROSA ha ido acrecentando su fama con el paso de los años, 32 años después de su estreno es un hito de la cultura europea y punto de referencia del cine de calidad. Necesidad de hacer perdurar la cultura, los libros, el arte y la sabiduría, pero no por fanáticos y ambiciosos.




























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