martes, 11 de diciembre de 2018

Crítica | GRAN TORINO (Clint Eastwood, 2008)


"¿Nunca os habéis cruzado con alguien a quien no deberíais haber puteado? Ese soy yo."

Clint Eastwood apuesta por la sencillez, tanto de puesta en escena como de guion, para su modélica y estupenda despedida personal. O eso parecía. Una película de corazón, una mirada atrás al pasado y un recorrido por todos sus personajes, el último canto del cisne del gran pistolero. No es una obra maestra, ni su mejor película, pero el cascarrabias Walt Kowalski deja huella y confecciona un filme notable.

Transmite muchísimo. Personalidad y emoción, la soledad, la pérdida, la incomprensión. El último tren del hombre sin nombre, la remisión del justiciero con una fascinante sensibilidad y oculta vulnerabilidad. Narración directa, sin adornos ni grandezas. Empieza con la muerte y termina con la muerte. La familia y la sangre. Un personaje tremendamente difícil, todas las relaciones están muy bien trazadas. Un relato fordiano moderno.

Clint Eastwood convierte GRAN TORINO en su última gran obra. El sueño es ese Ford Torino, que no conduce para que ese sueño no se desvanezca. Su presencia es del todo indiscutible, una historia de redención y el dibujo muy personal del héroe que supone su autohomenaje como actor. Un ajuste de cuentas con su pasado, además de una lucha contra sus prejuicios. Imprescindible para fans del Eastwood actor y director.




























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